domingo, 3 de febrero de 2008

Mi relación con Paula - Primera Parte

-No hay nada para desayunar.
-Chucha, anda a comprar pues.
-No tengo dinero, cariño.
-A ver, espera- escudriñé con la mirada mi desordenado cuarto en busca de mis pantalones, aún desorientado por el sueño y el cansancio característicos después de una noche de alcohol y sexo. Los ubiqué en el piso, al pie de la cama. De reojo vi como jugueteaba con su larga cabellera castaña, mojada. De día y sin maquillaje no se veía tan bien, pero sería mezquino decir que era "normal nomás". Saque un billete de 10 de mi billetera-. Toma.
-¿Dónde hay panadería por acá?
-¿Ah? eh, saliendo a la derecha, dos cuadras.
No puedo negarlo, la pregunta me sorprendió sobremanera. De todas las mujeres que había traído a mi casa, ninguna se había duchado, ni mucho menos pedido dinero "para el desayuno". En fin, tú sabes, no es que hayan venido muchas tampoco. '10 soles le alcanzará para el taxi a donde sea que viva' pensé. Miré alrededor, al parecer no faltaba nada. Me paré, di unas vueltas por el departamento de tres multifuncionales habitaciones que aún es mi hogar, revisando cualquier objeto pequeño y de valor que podría haberse llevado en su diminuta cartera, aunque no podía recordar que hubiese ningún objeto que cumpliera esa descripción en mi casa: no tenía joyas ni nada por el estilo; y aunque se hubiese llevado algo, no tenía oportunidad alguna de recuperarlo.
Rindiéndome al cansancio y la desidia, dejé mi inútil busqueda. Fui al baño, abrí el caño de agua caliente y lo deje correr mientras me sentaba a cagar. Miré dentro de la ducha, estaba asquerosa, todavía no entiendo como una mujer pudo ducharse allí. Empecé a divagar sobre cómo, con todas las otras, si su pudor no las mantuvo alejadas de la ducha, esos hongos lo habían hecho. Recordaba el buen sexo de la noche anterior, recapitulaba los eventos del final hacia el principio: desde sus exitados gemidos hasta que me dijo que se llamaba Paula; desde el color de su vagina hasta el casi imperceptible rubor de sus mejillas en mitad del bar; desde la penetración salvaje hasta el suave roce de nuestras manos; desde el alcalino sabor de su fluido vaginal hasta el encontrado sabor de nicotina y alcohol de su saliva. En eso estaba cuando sonó el timbre. Ahora que lo pienso, fue la única vez que tocó el timbre: esa misma tarde sacó una copia de mi llave.

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