-Buenos días, don Marcelo, tan temprano como siempre.
-Buen día.
Don Marcelo hizo una reverencia y un silencioso gesto con la mano a los dos guachimanes. Rostro adusto y más demacrado de lo debido para su edad, camisa limpia pero percudida en el cuello y con botones que parecían a punto de salir disparados por la presión a la altura de la panza, pantalón de vestir color caqui demasiadas veces lavado, zapatos de cuero negros que parecían más viejos que cualquiera de los dos guachimanes y, por un segundo, una mirada de extrañeza al segundo de estos, el mismo que, cuando don Marcelo se sentó en la misma banca de siempre, preguntó a su compañero:
Don Marcelo hizo una reverencia y un silencioso gesto con la mano a los dos guachimanes. Rostro adusto y más demacrado de lo debido para su edad, camisa limpia pero percudida en el cuello y con botones que parecían a punto de salir disparados por la presión a la altura de la panza, pantalón de vestir color caqui demasiadas veces lavado, zapatos de cuero negros que parecían más viejos que cualquiera de los dos guachimanes y, por un segundo, una mirada de extrañeza al segundo de estos, el mismo que, cuando don Marcelo se sentó en la misma banca de siempre, preguntó a su compañero:
-¿Es él?
-Huevón, claro que es él, ¿acaso no te lo he descrito bien?
-Ya ya, quería asegurarme pe'...
Don Marcelo tenía la seguridad de que estaban hablando de él, era natural después de tantos meses, 7 con 14 días para ser exactos. En ese local de la reniec todos conocían su historia, aunque, claro, al principio él solo la contaba a un ocasional vecino de banca, cuando estaba muy deprimido. El primer trabajador que se enteró fue el guachiman, el único que lo llamaba por su nombre. Él fue enviado por el jefe de seguridad cuando ya había pasado un mes:
-Señor, disculpe, ¿podría acompañarme?
-No, lo siento, no puedo moverme de aquí, ¿no podemos conversar acá?- recordaba la cara de irritación del muchacho, recordaba estar seguro de que lo sacarían a la fuerza si no decía algo, así que, mirando al muchacho de reojo- Lo que pasa, hijo, es que no puedo moverme de acá porque desde acá puedo ver todo el local sin estar muy expuesto... no, no, no pongas esa cara, no estoy planeando un robo ni un asalto ni ninguna de esas cojudeces...
-Entonces, usted viene todos los días apenas abrimos y se sienta en esta misma banca hasta que cerramos porque...
-Porque estoy esperando.
-¿Esperando? ¿esperando qué?
-Ay, hijo, es una historia larga, pero para resumírtela, estoy esperando a que mi ex esposa traiga a mi hija a sacar su denei.
El guachiman volvió varias veces, a preguntar más y más, parecía interesado y entusiasmado con su historia, y cuando le terminó de contar muchos otros se acercaron a confirmarla. Don Marcelo tenía la impresión de que incluso venia gente de otros lugares a verlo, a ver un hombre en desgracia. Le preguntaban de todo y él respondía todo, para que no lo botaran. Muchas preguntas respondidas sin mirar a quién, muchos revuelcos del corazón, muchas punzadas en la barriga, muchas úlceras por comes a deshoras, muchas falsas alarmas, mucho tiempo sin verlas y nada de eso le quitaba la convicción de que cuando las viera las reconoceria en seguida, pero su hija no aparecía, aunque tenía que.
-... pero, Don Marcelo, ¿cómo sabe que van a venir a este local?
-Porque ellas viven por acá, la abuela vive por acá, mi ex esposa trabaja por acá y mi niña estudia por acá. No hay razón para que vayan a otro local.
-Pero, si sabe todo eso, ¿por qué no se las encuentra en su casa, o donde la abuela, o en el instituto?
-Ay, hijo, tú no comprendes, si mi esposa me dejó fue por algo, y yo no puedo aparecerme en su puta casa con toda la puta concha del mundo y decir "¡hola, hijita, papi ya volvió!".
En esa ocasión, todos voltearon a verlo, y se encontraron con un hombre de cuarentaypocos que parecía de cincuentaymuchos con una lágrima bajándole por cada una de sus demacradas mejillas.
Pero las cosas habían mejorado en esos 7 meses y 14 días. Ya no tenía úlceras porque una recepcionista se había apiadado de él y le llevaba comida a la hora del almuerzo. Ahora podía ir al baño porque todos los que registraban sabían el nombre de su hija y le avisarían si aparecía. Don Marcelo sentía que todo iba bien, que todos en ese local lo apoyaban, que el mundo estaba de su parte. Una muchachita de 18 años se encargaría de sacarlo de su error. Muy parecida a la mujer que la acompañaba, pero, para su desgracia, con la nariz de don Marcelo, la tan esperada hija entraba a registrarse muy temprano y se ahorraba la molestia de esperar. Él miraba fijamentea su hija, y cuanto menos otros 15 pares ojos lo miraban a él después de la señal de la señora que la registraba. Por fin, se paró y dio tres pasos, su ex esposa lo miró, ojos llenos de sorpresa, una mueca de desprecio, una inyección de malos recuerdos, don Marcelo se dio media vuelta, volvió a su asiento, siguió cada movimiento de su hija, entusiasmada, aliviada, con un problema menos en su joven y atolondrada cabeza, aguantó las lágrimas, le vio el rostro solo unos segundos, vio su espalda hasta que estuvo fuera de vista, sin moverse de su eterna banca.
-Don Marcelo, ¿qué pasó? ¿por qué no se acercó?
-Hijo, ¿sabes desde qué banca se ve toda la zona de recojo de deneis?
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Si ves el mundo en blanco y negro, conglomo regresó con pinturas tekno-la mayor variedad en matices- bajo el brazo para demostrarte lo tonto que eres(a menos que tengas visión monocromática), in spanish o en ingles, en prosa o en verso, desde lo sofisticado o desde lo urbano, pasando por lo camp y el simple desparpajo. ¿A quién no le gusta un poco de humanidad en estos tiempos? Mario R.
1 comentario:
Mario, eres un sexo.
Sebastian
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