Echado debajo de su cama, como siempre, divagando entre lo real y lo onírico, encontrábase esperando la llegada de aquel demonio extraño que era su padre. ¿llegaría tarde o temprano? ¿llegaría tomado, “con unas copitas de más”, como decía siempre, o tal vez sobrio y amargo, para quejarse de las cosas que no se han hecho y golpear a su esposa con el puño cerrado, solo para después reclamarle que porqué lo deja echarse debajo de la cama si sabe que le disgusta tanto, puta madre? Pero a su madre le gusta verlo debajo de la cama, divagando entre lo real y lo onírico, pues así no tiene que perseguirlo por la casa, no corre el riesgo de que rompa algo y además no hace travesuras como los otros jodidos niños. ¿La ropa sucia? Un pequeño precio que se paga con un par de escobillazos a los trapos que se pone el niño y un par de moretones en el cuerpo, total, ya se acostumbro a ambas cosas y le parecía un negocio redondo.
Escucha aquel sonido en la puerta que lo devuelve a la realidad, dejando de lado sus maravillosas aventuras, que si las pasara al papel sería la más grande de las obras jamás escrita, tanto en extensión como en calidad. Es el manojo de llaves, con su tintineo siseante, aquella señal para salir de debajo de la cama, colocarse el polo limpio sobre el sucio y aguardar sentado junto a su madre que el demonio esté de buen humor, que no note que su niño tiene polvo en el pelo y la nariz ni tampoco que su esposa tiene oculto en su espalda un cuchillo.
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